Capitulo 1
Gustav Geco miro
extasiado su obra. Ajeno al frio que en el exterior hacia que los
viandantes se encogiesen como las hojas en otoño. El seguía admirando su
creación tras los gruesos y cristales de su montura metálica. Se sentía
orgulloso de ser ya la tercera generación de Geco que se dedicaba al
negocio de las armas. Su abuelo Gustavo le contaba de niño como en su
pequeño pueblo perdido en la inmensidad de la nada un buen día unos
extraños con elegantes ropajes se bajaron de un extraño artilugio
metálico y brillante con ruedas. Aquello tan grande y ruidoso más que
una manada de caballos desbocados encendió su curiosidad y uno de los
extraños empezó hablarle con un acento desconocido mientras su elegante y
cuidado bigote subía y bajaba con cada movimiento de su boca.
Gustavo impresionado y
maravillado pensó que si aquellas piezas unidas creaban semejantes
maravillas que no sería capaz de inventar el hombre. Aquella noche y
después de que los extranjeros ya solo fueran un recuerdo oloroso tras
dejar una dulce esencia en el ambiente se juró que el también crearía
cosas magnificas uniendo piezas. Cosas útiles y que el mundo le pagarían
por ellas y se haría rico. Tendría una gran casa y un mujer hermosa y
diligente. Aunque los comienzos no fueron fáciles, finalmente Gustavo
tuvo su oportunidad. Su primo Tasio trajo su vieja escopeta estropeada y
dispuesta a tirarla. Gustavo se ofreció a repararla y mejorarla lo que
trajo las risas y bromas de los presentes. Gustavo ignoro tales
comentarios y se encerró en su cuarto día sí y día también. Desmonto el
arma y empezó a comprender su funcionamiento. No fue fácil ni sencillo
para una mente que solo conocía las labores más humildes del hogar y del
campo. Pero tenía un don maravilloso, una mente analítica que era capaz
de sintetizar los problemas y no solo solucionarlos sino darles una
solución brillante. Tras varias semanas Gustavo le devolvió el arma a su
primo y este maravillado le pago un generoso emolumento por su trabajo.
Aquello fue el detonante, Gustavo vio que ese no era su sitio y con el
dinero conseguido y alguno más dado por sus allegados y varias ideas
esbozadas en unos viejos papeles tomo su hatillo y marcho a buscar
fortuna con grandes sueños, un abrigo raído y un cuerpo encogido por el
frio. Y sin saberlo marco con sus ideas y diseños un nuevo rumbo en el
campo de las armas. Y así ha sido durante tres generaciones de maestros
artesanos innovadores. Gustav con cuidado reviso de nuevo el arma
encargada. En cada detalle era de nuevo repasado, engrasado y limpiado. Y
así seguiría hasta hallar esa perfección que había dado fama a su
familia. Mientras en el exterior un hombre ajeno al frio y a los pocos
transeúntes que sufrían las inclemencias camina con paso decidido a la
tienda donde tenía organizado un encuentro para recoger su encargo. Una
sombra en una desierta calle. Con un sombrero de ala ancha y una gruesa
bufanda de llama que anudada a su cuello le protegía del polar envite
que aullaba en todas las direcciones. Un elegante y cómodo abierto que
le llegaba hasta las rodillas hacia parecerle un siniestro embozado en
busca de una víctima. En su rostro unas redondas gafas metálicas de gran
tamaño con unas lentes muy planas donde se reflejaba un siniestro
brillo de las farolas vecinas a la vez que de sus manos enguantadas
moría un repujado maletín de cuero. De repente para su ritmo y se quedó
mirando dubitativo la descolorida persiana metálica de la armería. Miro
hacia arriba y el viejo cartel antaño luminoso donde rezaba G. GECO
Armería. El individuo en cuestión se relajó, dejo el maletín en el suelo
y a pego sonoros golpes en la metálica persiana. Tras unos segundos sin
respuesta decidió pegar el oído y empezó a oír un lento pero suave
andar que iba acercándose hacia él.
Un anciano barbudo de
rostro huesudo con una gastada camisa y raído chaleco asomo nervioso
tras la puerta. Al abrir miro hacia un lado y al otro cerciorándose de
que estaban solos.
El hombre le conminó a entrar mientras agitaba su mano nerviosamente de un lado para otro.
-Señor Geco, ¿supongo?
-Así es, ¿señor?
-Gallardo, llámeme Gallardo.
-Venga, venga. Dese prisa aquí las ventanas tienen cuencas y las paredes oídos.
Una vez dentro y de un
rápido movimiento impulso la persiana hacia abajo dando por hecho tras
el sonoro golpe en el suelo que ya estaban solos y encerrados en la
tienda.
Gallardo miro curioso el
negocio del armero. Mientras un olor a muebles viejos y aceite para
engrasar le llegaba a su nariz. Un olor por cierto que no le desagrado
en absoluto. Sabía que en cierta manera era difícil encontrar esa
sensación. Una sensación que solo se conseguía con los años y la
antigüedad del sitio. Donde se posaba lentamente día a día ese aroma a
antigüedad y trabajo.
Se maravilló ante los
mostradores de madera noble y oscuro color que acababa en curva.
Actualmente era casi imposible encontrar alguien que hiciese un cristal
curvado en una vitrina. Más de uno pagaría una fortuna solo por el
mobiliario. Inconscientemente paso el enguantado dedo por el mostrador y
observo orgulloso que ni una mísera mota de polvo asomaba en el cuero
de su guante.
-Gente como usted ya no queda, amigo.
-Deje para después los
cumplidos. Ahora voy a por su encargo. Estoy seguro que quedara
satisfecho de mi trabajo. He cumplido sus órdenes a rajatabla y he de
decir que es mi mejor trabajo hasta la fecha. Pero antes...
-Sí, si claro.
Gallardo subió el maletín hasta el mostrador y lo puso enfrente del armero.
Las cuencas del hombre
brillaron con codicia al apretar los resortes del maletín y al oír el
clac de la apertura saco su lengua y se lamió los labios en un gusto de
puro lujuria.
En su interior varios
fajos de billetes esperaban para ser recogidos por el tendero. Cerro
nerviosamente el maletín y se dirigió al interior de la tienda donde se
hallaba su taller. A la vez que alternativamente giraba la cabeza para
ver que su cliente no desaparecía por ensalmo y que todo esto no fuese
un sueño de su envejecida cabeza. El anciano salió del pulcro taller con
una maleta de terciopelo negro. Estiro su encogido cuerpo y elevo su
cabeza dándose una orgullosa imagen.
Con movimiento ceremonioso dejo la maleta sobre el mostrador junto a la del cliente.
-Y ahora veamos esta maravilla. -dijo el viejo.
Dos clacs casi sincronizados se quedaron en el aire como anticipo de un ansioso momento.
Acto seguido abrió la tapa y giro la maleta para que el comprador mirase su pedido.
Unas cuencas lujuriosas
se iluminaron mientras en la corrompida mente del hombre se deshacían
una sucesión de imágenes futuras de índole sangriento y criminal. Allí
descansaba aquella desplazada herramienta del dolor sobre un lujoso
fondo de seda negra. Emocionado tomo pieza a pieza y la fue montando
como quien arma un juguete nuevo en el día de su cumpleaños. Una vez
lista la acaricio. La acerco a su rostro y miro por la mirilla. Paladeo
su tacto y su suavidad de carga. El ligero gatillo casi era como
acariciar una bella mujer y constato que estaba perfectamente calibrada y
no había ninguna descompensación en el punto de mira.
-He de reconocer que ha superado mis expectativas con creces. Tiene bien ganado su precio.
Con una falsa humildad el aludido bajo la cabeza en señal de sumisión.
-Gracias, señor. Mi mayor recompensa es hacer algo que hace felices a mis clientes. Crear lo que realmente buscan y necesitan.
-Bien es hora de despedirnos. No creo que volvamos a vernos. Pero sepa que está en mi lista.
-Ja, ja... No sé si tomarlo como un cumplido o una amenaza. -dijo el vendedor sonriendo nerviosamente.
El hombre le tendió la
mano y el viejo hizo lo mismo. El anciano noto una mano fuerte y un
apretón duro que le dolió. A la vez que sentía un extraño nerviosismo y
un sudor frio empezó a deslizarse por su espalda.
Sin mediar palabra
Gallardo le soltó se giró y se marchó dándole la espalda mientras
levantaba su mano y la movía a modo de silenciosa despedida.
Espero hasta que el cliente hubiese salido del establecimiento para abrir el goloso maletín.
El primero le dio en el
pecho justamente cuando en su frente se mostraban unas arrugas de
sorpresa acentuadas por el arqueamiento de sus peludas cejas.
El segundo acertó de
pleno en su cerebro que hizo que su mente no llegase a procesar ese
extraño tubo que salía de la maleta y que antes no estaba. Los demás
fueron humillantes e innecesarios. Dejando su ya masacrado cuerpo en una
masa agujereada de ropa, huesos y piel reseca.
Huelga reconocer que el
anciano había sido listo y muy precavido, pero por suerte él lo era más y
la partida se decidió a su favor.
Gallardo mientras
caminaba entre el solitario y frio amanecer en la avenida. Llevaba un
maletín de terciopelo negro y una sonrisa satisfecha. Se paró y pensó:
Esto va a ser de lo más divertido. Acto seguido empezó a tararear y
desapareció en el horizonte convirtiéndose en una sombra que se fue
diluyendo entre la fresca niebla matutina.
Continuara...
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