Capitulo 12



Gallardo escucho la ultimas saetas plateadas lamer la entrada del edificio. Impactando contra la estructura mientras al chocar gruñían con un estrepito para luego caer yermas con un ruido metálico. Gallardo rememoro con una sonrisa de forma metódica su retirada, aunque para el su huida era todo un triunfo pensaba en la cara que tendría su adorado detective al ver que solo una arma caliente y humeante le esperaba. Ojalá pudiera estar ahí para ver su derrota y su triunfo. Fue dejando atrás el lugar. Entre callejas y caminos de tierra. Como testigos mudos y eternos fueron quedando en la distancia. El aire reverberaba. El buscado tenía el rostro congestionado y sudoroso por el esfuerzo, la tensión y el placer. Su gabardina gris parecía volar por el ritmo presuroso que imprimía su portador. Dentro de media hora habría cumplido la mitad de su trabajo y marcado una distancia prudencial de su perseguidor. Subió una pendiente intentando adivinar el nombre de las callejas de nombres indescifrables ya que los carteles estaban entre medio rotos por las pedradas y otros por los perdigonazos de los futuros delincuentes que empezaban su mísera vida criminal con una tosca escopeta de perdigones para coger practica en el uso de su futura herramienta de trabajo. Hoy letreros, mañana la cabeza de algún indeseable que pasara por el matadero por el capricho de algún interesado. Nombres como calle de la Carnicería, la Matanza, Degollina o plaza de la Escabechina daba a entender en que barrio se encontraba. Uno de tantos donde la miseria se palpaba en el aire y mocosos desnutridos y mal vestidos serían los reemplazos de los matachines de hoy. Gallardo se divertía pensando como con la excusa de desmontar su arma haciendo creer a su enemigo que estaba haciendo tal cosa y en el espacio que pensaba que bajaría a buscarle preparo el trípode con el arma repetidora. Apenas puso en marcha el letal entretenimiento. Tomo su arma y mientras andaba raudo hacia la ventana la fue desmontando. Cuando llego a la salida ya estaba dispuesto para el siguiente acto. La cabeza, las cejas, los musculosos brazos, incluso las grandes manos que se aferraban al tirador. Tomo aire y abrió el ventanuco. Quería alejarse de aquella humedad que dominaba el rellano y la escalera con su olor a abandono y miseria. No lo pensó un instante y empujo. Una ráfaga de aire fresco alivio su cara, miro hacia el cielo y una luna limpia que entraba en diagonal e inundaba el pasillo pareció aprobar su acto. Saco una cuerda que moría en un gancho de su mochila. Aseguro el garfio en el soporte y lanzo la soga al exterior. Asomo medio cuerpo y miro que nadie pasaba por la calle. Con un movimiento rápido y preciso se colgó y bajo a la calle. Una vez se posó en tierra firme con un enérgico tirón recupero el cordel. Se detuvo y miró a derecha e izquierda, como si no fuese capaz de decidir qué dirección tomar, y se quedó pensativo. De repente, se sobresaltó, como si alguien lo hubiese despertado, y echó a andar. Nadie. El paso era vacilante, la mirada, abatida, y el escuálido cuerpo encogido en el interior de un abrigo como queriendo esconderse en las sombras para que nadie le viese. Acelero el paso mientras enrollaba el cordel.  Ya no se oían disparos, pero si algunas sirenas de policía a lo lejos con la sensación de que anunciaban su llegada junto a la cacofonía de los coches, los tranvías, los silbidos de los semáforos, pero por suerte todo quedaría en nada. Era una sombra, un fantasma en un enorme pajar llamado Necrópolis. El tiempo corría en su contra. Las instrucciones eran claras tenía que estar a la hora en el lugar concertado. Sino estaría solo, esas eran las condiciones impuestas. Si quería un trozo de pastel tendría que cocinarlo, aunque el solo fuera un pinche mas no el chef. Pero eso sería por poco tiempo. La propuesta recibida para este trabaja era mas que interesante. Siempre había trabajado solo, pero aquella carta anónima con el rostro de un “vivo” le picaron la curiosidad y el contrato con unas mas que jugosas rentas por su trabajo eran mas que interesantes. Le permitían un retiro dorado. Pero también el riesgo era alto. Si fallaba su cuerpo aparecería en estado de composición colgado de un gancho en cualquier sala de despiece de alguna olvidada carnicería. Acelero el paso. El solar estaba cerca. En su mente memorizo todos los detalles. El proceso de contacto no era agradable. Se sentía expuesto e indefenso una sensación que le recordaba a su niñez. Pero era parte del acuerdo. Sabía que había un coche desconocido aparcado en el arcén del solar, a doscientos metros de la salida hacia Mortandad.  Miro hacia ambos de la calle. Ningún vehículo transitaba por la calle. Anduvo entre varias casuchas de aspecto ruinoso. Algunas parecían abandonadas y en sus alrededores unos perros famélicos vagaban sin rumbo. El ruido de la grava y de algunos restos de una casa demolida aparecían por toda la explanada. Ladrillo, piedras y resto de escayola se percibían aquí y allá como si hubiera sido el epicentro de una explosión.  Pocos coches se atrevían aparcar en tan solitario sitio y tan poco transitado. Y los que lo hacían sabían que de sus viejos tastarros no sacarían mucho dinero. Abollados, rayados y con restos de oxido se veían aquí y allá repartidos. Ford, Packard y algún Buick cargados de años e historia. Sorteando aquellos restos metálicos se fue acercando a un Chrysler Airflow.
Negro como la noche y amenazador como un lobo entre corderos. Brillante y destacable con su parrilla cromada y sus grandes foros como un monstruo sediento de sangre. Lo miraba expectante, esperando que se acercase. Giro sobre sí mismo. Alerta esperando que viniesen a por él. Agudizo el oído. La soledad cayó sobre su cuerpo como una pesada manta húmeda y asfixiante que lo aprisionaba y lo ahogaba. Lentamente se fue acercando oyendo sus propias pisadas y su agónica respiración.
Era el momento que pensaba que, si todo esto valía la pena, aunque el pago fuera generoso. Se acerco al maletero y acaricio el portón como si quisiera apaciguar a la bestia. Pero noto su piel fría como el crepúsculo. Tomo el manillar y subió la puerta y echo la bolsa de mala manera. Para cerrar de forma brusca y acercarse a la puerta del coche. Antes de entrar se cercioro de que de nuevo de que no había nadie. Se aproximo a las ventanillas y apoyo la palma de la mano en el cristal, acerco la cara y miro en el interior. Solo vio la oscuridad como un pasajero mas. El vaho inundo la ventanilla. Gallardo puso gesto de hastío. Suspiro profundamente.
-Vamos allá. -dijo mientras abría la portezuela.
Un frio inquietante le envolvió al entrar. Se sentó y se sintió cómodo en el asiento. Su agotado cuerpo agradeció el descanso. Se froto las manos, se las acerco a la boca y soplo. Esperando que tuviese algún efecto calmante, aunque comprendió al momento que no había servido de mucho. Abrió las cuencas todo lo posible para agudizar su vista, pero fue en vano. Echo la cabeza hacia atrás y se recostó en el reposacabezas.
-Empezar ya de una jodida vez. No tengo toda la noche.
Como si hubiera sido un deseo. Una mano enguantada apareció de la nada y sintió como una aguja hipodérmica se clavaba en su cuello.
Todo empezó a darles vueltas y sintió como las imágenes se iban volviendo mas difusas. Alzo la cabeza y miro en el espejo que había en la parte superior del coche y le pareció ver una cara de un ser de carne y hueso. No sabía si realmente era una máscara, imaginaciones suyas o la realidad mostrando su cara mas aterradora. La oscuridad cayó como un velo sobre su rostro y su cabeza se fue hacia delante quedando colgando inerte mientras su mente se sumía en la nada.

Continara...

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