Capitulo 2

Jhon Caronte miro la puerta con una mirada entre la duda y la curiosidad. En sus cuencas un fuego encendido nacía desde el más profundo abismo de la ira. Allí parado como si esperase que el tiempo no pasase miro aquella entrada cerrada. Con cuidado se acercó y empezó a palpar con sus huesudas manos el portal. No existía ningún pomo, ni cerradura, timbre o aldaba. Parecía que era un camino sin salida. Una broma del destino. Con mucho cuidado se fue acercando, su cabeza y se pegó a la madera como un adolescente en su primer baile. Era como si intentase atravesar ese muro que le separaba con lo desconocido. Contuvo el aliento. Nada se oía en ningún parte. Miro dubitativo a su alrededor y se dio cuenta que no había nada. Solo él y esa puerta. Desalentado volvió a pegarse a ese misterio. Por un instante, solo por un instante le pareció haber oído una respiración agitada. Si hubiese estado ante un tribunal lo hubiese jurado sin ningún tipo de miramiento. Ante tal situación volvió a palpar la puerta de arriba a abajo. Busco y rebusco un resquicio, una oportunidad, una solución que pese a todo se negaba a revelarse. Se sentía como cuando era niño y los mayores hablaban ante él en un extraño idioma que no entendía. Con unos desconocidos códigos que le eran imposible de descifrar. Ahora Jhon Caronte tenía un código desconocido y no tenía a ningún adulto que le diese la llave a ese mundo. Abrumado se agacho e intento vislumbrar algo ante la pequeña rendija que existía entre la puerta y el suelo. Al pegar la cara al suelo noto que del otro lado un líquido pegajoso y caliente salía de la otra parte. Un reguero carmesí fluctuaba despacio y denso, pero con un avance seguro. Jhon se irguió se palpo su huesuda cara y noto que la tenía manchada se miró los dedos y vio como perezosamente algo goteaba hacia al suelo. Era sangre, sangre reciente. De una muerte que se terminaba, una muerte que se acababa en ese fluir incesante y cansino. Jhon se levantó y empezó a golpear fuertemente la puerta mientras su mano manchaba de rojo la blanca superficie. Tan colérico estaba y tan fuera de sí que ni siquiera se daba cuenta que de su boca desmadejada no salía ningún sonido. No se articulaba ningún grito. Era como si aquel lugar hubiese absorbido todo el oxígeno y se hubiese creado un vacío. Una paradoja temporal donde los sucesos entraban en un bucle sin fin. Agotado y vencido cayó al suelo y mientras veía discurrir el reguero hacia un lugar indeterminado su ropa se iba tiñendo del pastoso plasma.


El silencio del comedor quedo roto por el escandaloso lamento de aquel aparato infernal llamado teléfono. Unas cuencas se iluminaron mientras soltaba varias imprecaciones de forma airada.
El hombre alborotado que se despertaba tenía los pelos en punta y la barba desaliñada que asomaba en su rostro enjuto y marcado mostrando algunas canas. Estaba sentado, solo, con la espalda recta y un abrigo tipo gabán, como si estuviera dispuesto a marcharse en cualquier momento. Miro a su alrededor mientras se frotaba el rostro apenado. Miro el caos de su alrededor. Varias latas tiradas de cerveza tan vacías como su existencia. A duras penas se levantó y mientras caminaba con torpeza consiguió llegar hasta el negro aparato.
-Aquí Caronte. -dijo con voz pastosa. - ¿Quién es?
-Jhon, soy Miller.
-Hola jefe, ¿qué sucede?
-Acaban de informarnos de un homicidio en la armería Geco. No quiere a esos patanes de siempre volando como buitres y buscando su próxima promoción al puesto.
-Me parece bien, jefe. ¿Y porque yo? Tiene varios candidatos para ese caso.
-Por las primeras impresiones, es raro de narices este asesinato y necesito a alguien con perspectiva.
Caronte pensó en la palabra perspectiva.
-Bien, jefe. Ahora me pongo en marcha.
- ¿Sabes dónde es?
-Un policía que se precie se conoce cualquier establecimiento donde vendan artículos que amenazan su vida.
Jhon colgó sin despedirse se giró y empezó a buscar alguna lata que tuviese ese preciado líquido que le diese esa perspectiva al menos durante algunos minutos.





El frío llegó tan de repente que cuando salió a la calle resolló instintivamente. Miró al cielo rojizo por entre las viviendas y abrió la boca para airearse el reseco gusto de la bebida. Mientras, andaba encogido por la calle en dirección a un descampado donde dormía su viejo buga. Era como solía llamarlo, una dolorosa fracción de un pasado mejor que nunca volverá. Risas, promesas sueños. Un porvenir luminoso que acaba como su coche. Viejo, oscuro y olvidado. Llego a su viejo Buick. Un coche que en sus tiempos hacia girar las cabezas. Muchos del departamento pensaban que aquel lujoso vehículo era fruto de algún favor personal hacia algún delincuente como Vito “El ahorcado” o alguno de semejante catadura. Pero nada más lejos de la realidad. Solo dos personas sabían la verdadera historia del Buick. Una era él y la otra estaba “viva” hacía tiempo. Así que para Jhon el asunto estaba más que zanjado pensasen lo que pensasen. Ahora poco importaba. Ya nadie se fijaba en aquella destartalada ruina mecánica de chirriantes ruidos y neumáticos parcheados. Su antaño brillo en la carrocería ahora se veía salpicada por suciedad, oxido y algún que otro arañazo. Después del “suceso” todo dejo de importar. Era un agente que cumplía con su deber pasase lo que pasase. Cayese quien cayese. El no necesitaba ningún ascenso ni codearse con la corrupta elite de políticos y gerifaltes. Solo era el que tenía que hacer el trabajo de limpiar las calles y hacer más seguras para el ciudadano de a pie.


Con la espalda dolorida Jhon puso la luz azul sobre el techo del automóvil y se sentó al volante. Cuando tomaba las curvas el viento sacudía con fuerza el coche. El cual se quejaba dando sonoros chirridos en sus amortiguadores. Como si pidiese un poco paz y una jubilación en algún desguace de dudosa reputación. Tras dejar atrás varios barrios atrás se adentró en el conocido barrio de los comerciantes. Un lugar anodino de casas bajas y ladrillos rojos donde malviven varios comercios de dudosa popularidad. Antaño lugar de moda y de gran éxito donde se aglutinaban varias manzanas de tiendas y establecimientos, pero poco a poco fue perdiendo clientela y comercios. Los más pudientes fueron traslados al centro y los menos afortunados fueron aguantando el tirón los menos y la mayoría echo la persiana. Cerca del lugar del crimen Caronte hallo un solar abandonado lleno de matojos, malas hierbas y grava. Solar que antaño fue otro prospero establecimiento que cayó en el olvido y se vino abajo. Jhon aparco entre dos coches de marcas conocidas, pero modelos ya desfasados no tanto como el suyo. Con un gran chirrido abrió la puerta del vehículo con cuidado de no rayar al que tenia al lado. Con algunas maniobras desencajo su largo cuerpo del asiento del conductor. Salió y con ambas manos empezó a estirar su arrugada ropa. Palpo uno de sus bolsillos y encontró el ansiado paquete de tabaco. Una vez en su mano lo miro y hastiado vio que apenas le quedaban dos o tres. Cogió uno y se lo llevo a la boca. Quería aprovechar esos momentos antes de entrar en la escena y así no contaminar el lugar con su humo. Vacilante protegió el cigarrillo del viento nocturno y aspiro con fuerza la nicotina. El subidón que le producía el ansia puso en marcha su cerebro. Fue demorando la llegada a la armería para saborear el tabaco y relajar su mente. Sabía perfectamente que cuando llegase su mente debía estar en blanco. Limpia de prejuicios. Cribar y analizar. Ensayo y error. Descartar lo sobrante e innecesario. No sabía cómo lo hacía, era como mirar un cuadro que poco a poco se dibujaba ante él. Como era capaz de llegar a conclusiones tan anárquicas que al final solía tener razón. A veces sus delirios conectaban con las locuras de los criminales que estaban buscando dando como resultado sin quererlo cierta conexión mística como decía el que lo ayudaban a desatascar los casos más extraños de Necrópolis.
Pensando en estas cosas llego a la puerta de la armería. Miro hacia arriba y vio el descolorido cartel que seguro tuvo tiempos mejores. Las letras medio rotas y desconchadas no daban muy buena imagen al sitio. Pero Caronte sabía que a veces eso solo era una fachada para ocultar la realidad. Esconder las cosas a simple vista.
Tiro el cigarrillo casi consumido con un gesto mecánico y el ariete humeante voló unos metros hasta que su cabeza se desconcho en una pared y varios racimos de ceniza cayeron hasta que acabo en un sucio charco con un siseo.
Caronte expulso el humo de su cuerpo y vacío su mente a la vez.
Antes de entrar vio a un joven policía recién salido de la academia vomitando sobre la acera. Vio sus blancos huesos todavía elásticos y su piel tirante. Y se miró a si mismo con su viejos huesos ya duros e inflexibles y su piel amarillenta y apergaminada. El tiempo no había sido benévolo con él.
Aparto la cinta amarilla que delimitaba el espacio policial y entro.
Al llegar le asalto el olor de lo antiguo que lo retrotrajo a una época casi olvidada donde la palabra inocencia todavía significaba algo para él. Con un cuerpo joven y una mirada limpia. Agito su cabeza para borrar estos sentimientos y se acercó al mostrador. Allí vio una maleta abierta y en su interior como una especia de apéndice metálico que resultó ser una pistola sujeta a unos anclajes.
Enfrente en varios estantes y armaritos se observaban varios impactos de bala.

-Dichosas las cuencas. -dijo Miller

-Recibí el mensaje. No acudo al trabajo en estado de embriaguez. Y viceversa. Es un principio que he adquirido.
-Un policía es un policía las veinticuatro horas del día, sobrio o borracho.
-Como ese de fuera.
-Bueno ya sabes cómo es tu primera vez ante un “vivo”
Miller dio por zanjado el tema.
- ¿Que tenemos aquí, jefe?
-Bueno ese que tienes ahí era...
-Gustav Geco uno de los más afamados armeros del país. De su mano salían auténticas joyas para coleccionistas y amantes de las armas. Uno de los pocos armeros de la vieja escuela.
-Bien por lo visto alguien le dejo un recado. Por qué no lo sabemos no falta ni dinero ni se ven signos de lucha. Parece que es un acto de venganza.
-O quien lo mato le pago su trabajo con su misma moneda.
- ¿Para qué diantres iban matarlo?
-El asesino hizo un encargo muy especial. Y quiere que nadie sepa que es. Creo que en breve tendremos noticias suyas.
-O un cliente despechado simplemente. Una venganza muy elaborada para saborearla lentamente.
-Espero que sea así. Pero una venganza es un acto primitivo. Apunto, disparo y listo.

Jhon se separó de su jefe y se acercó al mostrador.

Caronte observo el cuerpo asesinado en la tienda y que era manipulado por el equipo de la científica.
- ¿A qué hora cree que ocurrió el asesinato? -pregunto Caronte.
El forense jefe paro su labor y miro al detective.
-Por el color de su piel rosada, tersa y suave. El latido reciente y regular de su corazón. Pienso que "vivió" hace tres horas. Su cuerpo ha pasado de zombi a humano, por lo que creo que quien hizo esto lo hizo en ese período de tiempo. El culpable estuvo aquí a las 9 de la noche y bang, bang...
A pesar de los años y su veteranía no dejaba de sorprenderle aquel liquido rojizo y pastoso que salían de las heridas de la víctima y como poco a poco iba acumulándose debajo del cuerpo. Hasta ahora se desconocía porque ese fluido viscoso se creaba dentro del cuerpo y que misión tenía. Lo mismo que el cuerpo se rellenase de carne y musculo. Para ellos ese estado era un misterio que por suerte no influía en su trabajo quedando como una anécdota y una cuenta pendiente entre los científicos. Para retomar el hilo de su cometido pregunto a los forenses. Tampoco entendían como en los vivos les salen una cosa que llaman ojos algo que los zombies no entienden. Y sus cuerpos se llenan de carne y músculos.

- ¿Que sabemos del arma? ¿Algún casquillo?
-No, hasta ahora no aparecido ninguno. El asesino se tomó muchas molestias en no dejar rastro.
Caronte miro a Miller que en ese momento estaba con la boca abierta bostezando.
- ¿Qué sentido tiene dejar el arma del crimen y llevarse los casquillos?
Miller movió los hombros en señal de ignorancia.
-Seguramente será para complicar la investigación.
Caronte se quedó mirando uno de los balazos en la puerta de un armario y vio esa boca negra que gritaba en silencio. Pero por más que intentaba oír ese grito Caronte no llegaba comprender el mensaje. Pero sentía en sus viejos huesos esa sensación de que algo no iba bien nada bien y que solo estaban viendo la representación que quería que viesen, pero tras las bambalinas la historia era otra muy distinta.

Continuara...











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