Capitulo 3
Intento gritar.
Dios sabe que lo intento. Abrió la boca como nunca lo había hecho,
esperando que su voz llegase lejos, muy lejos. Pero no fue así, su
intención murió en sus pulmones. Por mas que lo intentan taba, por
mas que forzaba su cuerpo se negaba a complacerle. Solo un resuello
mudo y ahogado daba fe de su decisión. Hace cinco minutos, hace solo
cinco eternos minutos comenzó de nuevo la pesadilla. Esa pesadilla
interminable y eterna que como un mal imborrable llegaba cuando menos
lo pensaba. No tenía horas, ni días. Fuera de noche o no. La bestia
despertaba y su ira se expandía por toda la casa como un mal olor.
Un hedor que lo impregnaba todo. Apenas recordaba que día había
podido descansar tranquilo. Asustado miraba a sus héroes, esos
héroes que en la televisión eran capaces de hacer las hazañas mas
increíbles y sin embargo aquí quedaban como meras figuras de
brillantes vestiduras. Solo eran tristes espectadores, ajenos, como
él cuando despertaba la maldad se volvian en muñecos imperterritos
e inamovibles como queriendo pasar desapercibidos ante el peligro que
se cernia. A pesar de todo, el pequeño miraba interrogante esperando
una señal, un milagro el cual nunca se producia. Aterrado se subia
la colorida sabana hasta taparse la cabeza y aunque sus pequeños
pies quedaban frios y helados no le importaba porque el pavor hacia
que su cuerpecito quedase impregnado de un eterno invierno, el cual
nunca acababa. Los gritos y sollozos de su madre atravesaban su
cuerpo haciendo que se convulsionase cual moribundo epiléptico. En
su interior decía sin parar: Basta, basta, basta...
A pesar de todo se dio cuenta que aquella miserable pieza de
tela no le libraría de la atormentada cacofonía de lúgubre
cadencia que iba en aumento subiendo hacia su cuarto. Giro la cabeza
y vio su refugio, su fuerte. Aquel pequeño armario ropero que se
erigía como una llave a otro mundo. Atemorizado vio que antes de
llegar allí existía una ventana que descansaba a lado de su cama y
de la cual llegaba una luz mortecina acorde con su estado de ánimo.
Trabajosamente se incorporó y estiro su cuerpecito hasta que sus
pies notaron el frio suelo. Una vez levantado se arregló su gastado
pijama azul y se puso a cuatro patas en dirección hacia su destino.
Preocupado vio la ventana y curioso se levantó y miro a través de
ella. No fue fácil ya que por su estatura se tenía que poner de
puntillas y apenas sus cuencas llegaban a ver el exterior. Vio casas
unifamiliares de blancos colores y cielos oscuros con negras nubes.
Aquello se le antojo como un mundo hostil. Un sitio donde en cada
hogar habría un hombre malo golpeando a una mama indefensa. Donde el
dolor crecía exponencialmente multiplicado por el número de
hogares. El terror tomo sus cuencas y de nuevo se agazapo y repto
rápidamente hacia su guarida. Cuando llego a la puerta alzo la vista
y agarro el picaporte y empezó a agitarlo nerviosamente de arriba a
abajo. Final tras el forcejeo, cedió emitiendo un lastimero chirrido
como quejándose por su abdicación. De manera atropellada el pequeño
asaltante entro y cerró la puerta de un sonoro portazo mientras todo
su cuerpo hiperventilaba. Allí los sonidos se distorsionaban y si no
fuese por la gravedad de la situación hubiera sonreídoante los raros y extraños efectos que aquel punto en concreto hacia sobre las voces y los gritos. Asemejándose a señales de una extraña dimensión que le daban hasta un cierto cariz cómico. Entre la oscuridad fue tanteando hasta que toco la pared. Allí se hizo un ovillo. Levanto la vista y empezó a acariciar la superficie prefabricada que delimitaba el cuartito. Tantas veces había sido su refugio que conocía perfectamente cada rugosidad, cada imperfección y cada oquedad. Allí en aquella negrura condensada se hallaba su protector, su gallardo defensor que lo llevaba a un lugar que lo alejaba de la locura y el dolor.
Continuara...
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