Capitulo 6
Jhon salió a la calle. El viento había amainado. Solo
hacía calor, un calor bochornoso a pesar de que era de noche. Un
coche estaba cruzado sobre la calzada, había marcas de frenazo en el
asfalto, la puerta estaba abierta y el conductor estaba fuera,
gesticulando. El hombre señalaba hacia arriba. Caronte levantó los
brazos y cruzó la calle sin mirar, sabiendo que si le veían les
daba igual a lo mejor se pararían. Unos neumáticos chirriaron. Alzó
la mirada para ver lo que aquel hombre había señalado. Una caravana
de siluetas de elefantes grises se cernió por encima de él en el
cielo estrellado. Su cerebro sintonizaba y desconectaba como una
radio de coche medio averiada. Un solitario trompetazo llenó la
noche. A todo volumen. El detective sintió la corriente del enorme
camión que pasó atronadoramente rozándole y casi le arrancó la
camisa. Cruzo la calle en diagonal, pasaron entre las viejas casa y
por fin llego al muro sin ser percibido. El cielo nocturno
ligeramente neblinoso reflejaba una sucia luz amarilla procedente de
millones de fuentes luminosas, grandes y pequeñas, que hacían que
nunca estuviera completamente a oscuras en noches como aquella. Poco
a poco fue alejándose de la zona mas céntrica y comercial y fue
adentrándose en las zonas menos visitadas en la periferia de la
ciudad. Continuó andando. Era como si permaneciera inmóvil, porque
la misma escena se repetía a lo largo de su mente. La conversación
de Berman y su interés. El misterio del agujero en la pared. El
asesinato del armero.
Sentía cómo le latía el pulso en
las entrañas, y no fue capaz de determinar si se trataba de la
música, de su propio corazón o de los sordos sonidos que emitía la
ciudad por la noche como si fuera una bestia durmiente.
Allí donde estaba los coches
aparcados eran una excepción y mas encontrarse con algún viandante
en el solar cercano a su destino. Sumido en su pensamiento llego a la
armería.
No había nadie más allí. Los de
atestados habían acabado por aquella noche y era poco probable que
volvieran. Franqueó las cintas policiales de color naranja y entró.
A la luz de la noche, el lugar era
completamente diferente: apacible y bien cuidado. Tan solo la sangre
y el contorno dibujado con tiza del cuerpo en el suelo de madera
maciza daban testimonio de que se trataba del mismo sitio en el que
había estado anteriormente.
No habían encontrado nada
reseñable. Sin embargo, nadie tenía la más mínima duda de lo que
había sucedido. Jhon se rascó la cabeza.
Miró el contorno del armero
dibujado con tiza y la sangre que aún no habían limpiado. Le habían
disparado con la pistola que encontraron, o al menos eso creían. Una
bala le atravesó la arteria principal, la cual le hizo “vivir” y
empezó a bombear la sangre que recorrió el cuerpo y se derramo
hasta el suelo cuando el corazón empezó a latir saliendo por los
agujeros hechos por los disparos el pastoso líquido. El médico dijo
que perdió la conciencia enseguida, y que su composición empezó
después de tres o cuatro latidos del corazón. Jhon se puso dentro
del contorno de tiza del cuerpo.
Miró al suelo.
La sangre dibujaba una aureola
coagulada y negra alrededor del lugar donde había estado el cuerpo y
la cabeza. Eso era todo. Vio que los de atestados habían señalado
con tiza el lugar por donde la bala había atravesado un armarito. Si
no fuese unos muebles de tan exquisita calidad seguramente el impacto
hubiese destrozado todo reduciéndolo a añicos. Por suerte su dueño
era amante de los buenos ebanistas y el utilizar maderas nobles lo
había salvado de la destrucción. Una luz al final del túnel
parpadeaba en la mente de Caronte. Emocionado abrió la puerta de
armario y vio que el interior estaba forrado por varias planchas
metálicas abolladas. Eran las que se utilizaban para los ejercicios
de tiro y donde se ponían delante las dianas. Quizás Gustav tuviese
su propia galería para ejercitarse mientras probaba sus innovadoras
creaciones antes de venderlas a sus clientes. Para evitar que las
chapas no resbalasen y se saliesen de su sitio el anciano había
puesto como tope una pesada caja de plomo. Jhon se pasó las manos
por los resecos labios. Denotaba un estado de ansiedad por saber que
tenía en su interior. Sin mas dilación abrió el recipiente. Y
encontró una bala deformada entre restos de astillas negruzcas y
quemadas repartidas por dentro. El instinto de Jhon le decía que ese
proyectil no encajaba con los encontrados en el lugar del crimen.
¿Pero cómo había llegado allí? ¿Era un viejo recuerdo de Geco?
Jhon paso sus manos por las deformadas superficies de las planchas y
una de ellas le llamo la atención. Un aplastamiento mas profundo era
mas notorio que todos los demás. Jhon se dirigió a la entrada del
despacho y busco el cuadro de luces. Tanteando por la pared encontró
un horrible cuadro de patos y faisanes y lo descolgó con mucho
cuidado. Allí perfectamente remarcado estaban todos los
interruptores y encima de ellos escrito con una gruesa letra a tinta
su finalidad. Jhon inhaló profundamente y soltó el aire con una
larga exhalación. Era como si intentase no deprimirse si descubría
que lo que creía encontrar no era nada importante. Evitando subir
sus expectativas pensando que tenía un hilo del que tirar.
Finalmente volvió sobre sus pasos al armario. Giro la cabeza y
empezó a buscar por el mostrador.
El cual estaba vacío. Nada que le
sirviese para refutar su teoría. Como no encontró nada a simple
vista. Se acerco y empezó a abrir los cajones. En su interior
folios, llaves, catálogos y algún cuaderno. Nada efectivo. Hasta
que al final en el tercer cajón hallo un plumier con algunas
estilográficas y lápices con la punta intacta. A pesar de que
alguno se notaba que se les había dado bastante uso ya que unos de
otros distaban bastante de tamaño. Estos eran el germen para crear
los ingenios del maestro.
Tomo un lápiz nuevo estriado en
colores negro y amarillo. Se acercó al armario y cerró las puertas
pasando el lápiz por el agujero que había hecho la bala. Como
estaba introducido con la mina hacia dentro hizo una marca donde la
bala había dejado la marca. Abrió el mueble y como pensaba el hueco
era perpendicular al boquete de la puerta y al medio de la caja. La
bala entro golpeo y cayo seguramente a la cajita que por la fuerza
del impacto hizo cerrarla. Nadie hubiera sospechado jamás que esa
era la verdadera prueba del crimen. Ahora faltaba la confirmación
final. Tomo la bala y la introdujo en el hueco que había dejado en
el portón. No coincidían. Por poco pero el calibre era distinto.
Esta era mas pequeña. Ahora entendía porque no se hallaban
casquillos. El asesino borro tanto los del arma original como los del
arma que hallaron en la maleta. Quería que pensasen que solo quería
borrar el rastro para que no vincular las balas con pistola del
maletín. Pero la evidencia decía otra cosa. Esta bala era la
verdadera firma del asesino. Fue una suerte que cayese en la caja y
se cerrase. Era un punto a favor de los buenos. Caronte apretó con
fuerza la prueba como si con ese gesto el caso estuviera solucionado
y tuviese al culpable entre rejas. Echo un último vistazo al
establecimiento para ver que todo estaba en orden. Apago las luces y
salió con la complicidad de la noche.
Jhon sacó el último cigarrillo que
le quedaba en el paquete. Lo había guardado el máximo tiempo
posible. Miró la hora. En realidad, no tenía ningún motivo volver
a casa. Cuando hacia este tipo de hallazgos su cerebro iba a mil
buscando conexiones y elaborando hipótesis. Aun así, debía
descansar. Se alejo fumando.
Mientras en el otro lado de la acera
un par de cuencas vieron como una estela de humo gris se disipaba a
la vez que la sombra del detective se alejaba de su vista haciendo
mas pequeña cada vez.
El observador se acarició su reseca
cara acentuando su gesto de preocupación. Un segundo después el
vacío lleno el lugar. Aquella sombra nocturna había desaparecido.
Continuara...
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