Capitulo 8



Los edificios principales estaban hechos de piedra y cemento y hacían de Necropolis uno de los núcleos urbanos más importantes del sur. El edificio de cuatro plantas del ayuntamiento apareció ante las cuencas del hombre. Su elegante estructura le confería un aire de riqueza e importancia. A media manzana de distancia estaban levantando un bloque de oficinas de tres plantas. Las siguientes manzanas estaban compuestas por edificios de ladrillo de tres y cuatro plantas. La oficina de alcalde se hallaba situada en la única esquina del edificio que ofrecía una vista panorámica de las montañas. Los otros despachos eran pequeños y carecían de ventanas. Los dominios del alcalde estaban decorados con sofás y sillones de cuero. El techo y las paredes estaban forrados de caoba, y una mullida moqueta cubría el suelo. La decoración y los muebles resultaban igualmente suntuosos. Su gran mesa de escritorio se veía libre de papeles. Iba impecablemente vestido con un traje de hilo blanco sin una sola arruga. Una gruesa cadena de oro le colgaba desde el bolsillo izquierdo del chaleco hasta el derecho en el que llevaba un gran reloj, parecía un tipo puntilloso en sus hábitos de trabajo.
Tomó asiento en su butaca de respaldo alto detrás de la mesa e hizo un gesto a su visitante para que se sentara en la dura silla de madera que tenía enfrente. Berman pensó que lo único que le faltaba al alcalde para intimidar era un estrado desde el que pudiera vigilar a sus empleados y contemplar a las visitas como un pequeño dios desde su Olimpo particular. Al lado del alcalde, un hombrecillo con un traje barato le acompañaba de forma sumisa mientras le enseñaba un libro con las tapas de cuero. A la vez que le susurraba cosas al oído. El corpachón del alcalde chocaba con la apariencia de su acompañante tan flaco y raquítico. El hombretón asentía mientras su calva cabeza hacia bailar su poblado mostacho recordando a una foca amaestrada. Berman vio que el ayudante durante un segundo lo miro como calibrando que tipo de persona era. Berman se percató que tenía el rostro marcado por la viruela. Quizás sin esas marcas hubiera sido un hombre bien parecido. Pero así resultaba repulsivo y a la vez daba lastima. Algo salto en su interior, por un instante percibió un destello maligno en sus cuencas como quien ve una futura amenaza. Le pareció alguien rencoroso y resentido con el mundo. Lleno de ira y rabia que se ocultaba tras una fachada de alguien apocado y remilgado. Las peores personalidades se suelen esconder a simple vista. Tras acabar de hablar se retiró andando hacia atrás de forma silenciosa hasta desaparecer por una puerta lateral. Como si fuese el consejero de un antiguo emperador y no el teniente de alcalde.
-Perdone, ¿sr.…?
-Berman, detective Berman.
El alcalde se reincorporo de su asiento y le estrecho la mano mostrando fuerza y decisión en su gesto. Mostrando en su gesto un vivo interés de porque un agente se presentaba a esas horas tan intempestivas de la noche para hablar con él.
-Me temo que traiga malas noticias, señor.
El hombre endureció el rostro y una mirada gélida se asomó en su cuenca. Para pasar a un gesto de preocupación.
- ¿Que ha sucedido?
-Me temo, señor. Que es su hija...
- ¿Mi hija? Mi hija le ha pasado algo.
-Hemos encontrado su cadáver esta noche en su casa. Ha sido asesinada.
- ¿Asesinada? ¿Como? ¿Por qué?
-Lo lamento, pero no conocemos mas detalles. En este momento están los mejores investigando el caso pero no tenemos mas novedades. -dijo realmente apenado.
El alcalde fue hasta la ventana, meditabundo, y contempló los tejados de la ciudad, pero sin verlos. Al cabo de un momento se volvió mientras una lagrima rodaba por su cuenca.
-Se está burlando de nosotros —dijo lentamente—, y espera que corramos de un lado a otro como gallinas asustadas, preguntándonos adonde ha ido. Quiero a ese canalla entre rejas para ayer. ¿Comprende, agente?
Berman no supo que decir para aliviar al alcalde. Sabía que tenía razón y que de momento no tenían nada.
-Si me disculpa, señor. Tengo un caso que solucionar.
El hombre apesadumbrado con la mirada perdida se puso frente a él.
-Y yo una hija que enterrar.
Berman lo miro y le pareció que el hombre había envejecido diez años de golpe y que incluso su corpachón ya no era tal, como si hubiera encogido y el traje fuese de otra persona. Mientras se alejaba del despacho noto la pena y el lento deambular del hombre por la estancia. Como un elefante moribundo que no supiese donde ir. La noche parecio devolverle la vida y el animo. Se acerco al vehiculo. Se vio reflejado en el cristal de la portezuela trasera del coche. Esbelto, pero no tan delgado como unos años antes. Tres kilos más de músculo. Una presencia imponente para un jefe de policía, pensó. Y ahora lo que fuese para conseguirlo. Porque la ley siempre estaría de su lado hiciese lo que hiciese. El fin justifica los medios y el suyo mas que ninguno. Nadie le iba a arrebatar ese puesto, mataría por él. Aunque sabia seguro que no sería el brazo ejecutor. Mientras pensaba esto puso la radio, movió el dial iluminado y dejo que las notas de una canción titulada Won't you come over to my house llenasen el interior mientras dejaba la ciudad y veía como los postes se alejaban de su presencia.
 Continuara...

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