Capitulo 11
Ellen Alnabru bajo por la calle Fémur haciendo entrechocar sus tacones exhibiendo sus caros zapatos de Canel sobre el asfalto. Decidida llego a la Plaza Morgue que siempre estaba atestada de vehículos y ruidosos bocinazos. Por eso le pareció extraño que allí se plantase un pájaro de color gris que entraba y salía de su Angulo de visión, como dando un poco de alegría aquel triste lugar. Dejo atrás el ruido y el bullicio de aquel conglomerado de coches y enfilo por la calle del Mort. La mayoría de las casas que había en aquella estrecha calleja eran edificios de finales del siglo anterior habitados por obreros y no se contaban precisamente entre los mejor conservados. Pero desde que subieron los precios de la vivienda y la juventud de clase media no podía permitirse vivir en Deceso se había mudado allí, el tramo había adquirido un aspecto muy mejorado. Mejor para ella, pensó. Ahora su empresa era líder en cuestión de alquileres muy por encima de Mortecasa, su eterno rival. Que cara se le pondría aquel cenizo estirado y chupado con su raído flequillo al ver que aquella mujercilla como le llamaba de forma despectiva estaba siendo la reina del negocio. Sonrió y su piel se estiro mostrando sus blancos dientes. Se atuso las cuencas como si algo se hubiese metido dentro y siguió su camino hasta la oficina. En su mente sin embargo no era todo felicidad había un pequeño nubarrón que no le dejaba ver el sol.
El asesinato de la hija del alcalde justamente en uno de sus inmuebles el asesino, ese malnacido lo había utilizado para su delito. Un escalofrió recorrió su cuerpo cuando recordó que ella por desgracia era de las pocas o la única que tenía en su mente la cara del asesino. ¿Y si ese desgraciado iba a por ella? Tenía que haber ido a la policía. ¿Pero qué les diría? ¿Para qué serviría? Era un rostro anónimo entre la multitud. Divagando entre estos pensamientos se paró enfrente de la oficina. Nerviosa empezó a mirar a su alrededor. Los áticos, los edificios de ladrillo rojo y tejas con voladizo y los grandes ventanales que parecían mirarla. Y que le parecía que en cada uno de ellos se escondía un asesino esperando su momento. Echo mano a su bolso negro de ante de Zombi y Lula y rebusco nervioso las llaves. Removiendo el interior dio por fin con las llaves apenas las intento introducir en la cerradura cuando un enorme estruendo hizo que se tirase al suelo dando con sus huesos en la acera. y con ello las llaves tintinearon rebotando por el suelo. Asustada y con un sudor frio vio como pasaba a su lado una motocicleta medio destartalada que a cada paso soltaba unos estallidos y dejaba un humo negro. El motorista miraba sorprendido y asustado a la mujer tirada en el suelo con la cara entre el enfado y el susto. Finalmente consiguió levantarse, se limpió la suciedad tras la caída y fue a recoger las llaves. Aun con el miedo en el cuerpo metió la llave con su mano temblorosa mientras que con la otra apretaba firmemente para evitar el tembleque y poder girar y acceder a la oficina.
Mientras esto sucedía, unos ojos observaban curiosos el incidente entre el motorista y la mujer. En la habitación se respiraba cierta tensión. Gallardo miro el comedor donde viejos muebles desfasados y carcomidos juntos a chillones jarrones miraban mudos como su dueña, una vieja anciana medio senil yacía en el sillón marengo en estado de composición mirando al techo con sus cuencas casi desaparecidas tras unos ojos que empezaban a eclosionar junto al resto de la carne que comenzaba a rellenar su cuerpo esquelético. Había pasado a mejor “vida”. El nuevo inquilino con paso felino fue andando hasta la entrada donde estaba el maletín con el arma que propiciaría un nuevo crimen. Apenas hizo caso del escueto taquillón con su mármol amarillento o el papel pintado con oscuras manchas de humedad que jalonaban la pared. De forma metódica fue montando pieza a pieza el instrumento de la venganza. Una vez ensamblo la última pieza comprobó que todo estaba bien ajustado y engrasado. Evita errores y vencerás, se decía muchas veces. Mientras volvía a la ventana y paseaba en la oscuridad veía como los faros de los coches que transitaban se reflejaban en el techo de la habitación. Deslizándose de forma efímera para desaparecer poco después. El sicario abrió las ventanas. Con un suave tirón del manillar lo intento, pero el óxido hacía de las suyas por suerte la disputa acabo pronto con un ruido desesperante y breve. Gallardo tomo una silla de nogal y apoyo el cañón sobre el respaldo. Para ser mas efectivo y menos visible en las tinieblas. Su víctima ignoraba que su asesino había hecho una visita sorpresa y con una visión clínica estudio todas las posibilidades para hacer el disparo. Pros y contras, ángulos y trayectoria. Años de experiencia le hacían tomar o descartar una opción u otra. Una vez elegido el lugar tomo un cortador de cristal he hizo un agujero en una de las ventanas cortando un trozo de vidrio de forma circular lo bastante grande para el proyectil y lo suficiente pequeño para pasar inadvertido. Por suerte el tiempo era bastante clemente y hacía poco viento con lo que era difícil que su celada fuese descubierta.
Entró en el portal y abrió el buzón que había en la entrada, al pie de la escalera. Una oferta de una pizzería y un sobre de la agencia tributaria que, con toda certeza, contenía una reclamación de pago de la multa que le habían puesto el mes anterior. Lanzó una maldición mientras subía las escaleras
Ellen fue subiendo peldaño a peldaño resollando y pensando que algún día tendría que bajar de peso. Pero siempre se ponía excusas para evitar ese momento. Entro en la oficina. Dio al interruptor y la luz mostro un lugar espartano con cuatro habitaciones para desarrollar su actividad. Cada una con su mesa, su juego de sillas y un archivador. Dos de ellas daban al exterior donde ella se sentía mas a gusto y dos interiores. Naturalmente la mas grande y acogedora fue la suya. En su mesa se amontonaban contratos, propuestas y diversos informes sin orden ni concierto. Se sentó de forma cansina, respiro hondo y por primera vez se notó agotada, muy agotada. Incluso le parecía sentir una ligera brisa y que el ruido de la calle era mas nítido. Al momento desecho esa posibilidad. Por absurdo e imposible. Echo la cabeza hacia atrás y cerro las cuencas. Tan solo quería un momento de paz y tranquilidad.
Gallardo observo gozoso aquel cuerpo desvaído sobre el asiento. Ni en el mejor de sus sueños podía imaginar que se lo pondrían tan fácil. Era como tirar en una tómbola. Una sonrisa sibilina apareció en su rostro. Quería disfrutar de aquel momento. Retenerlo en su memoria. Ver ese rostro por un instante de sorpresa y estupor mientras la muerte se le escapa en un instante. Casi podía imaginarlo y paladearlo. Miro a través de la mira y veía su cabeza enorme que pronto estallaría como fruta madura. Ni se enteraría ni sabría que habría pasado. Poco a poco su dedo se fue deslizando hacia el gatillo que fue empujando suavemente. Como si quisiera que este momento fuese eterno. Congelado en un bucle sin fin. Por fin el gatillo hizo su recorrido completo y el mensajero mortal salió disparado hacia su objetivo.
El cuerpo de Ellen cayo de forma estrepitosa al suelo quedando inerte en el suelo. Todavía no había comprendido el orden de los acontecimientos. Intentaban asimilar todo lo ocurrido en un instante. Aquel enorme ruido proveniente de la rotura de la puerta de entrada que la hizo caer de la silla y oyó como algo chocaba contra la pared haciendo un boquete justo en el mismo lugar donde estaba su cabeza. Y el tipo de la puerta, alto con un fuego rojizo en las cuencas, un rostro congestionado por la tensión del momento y una gabardina arrugada que parecía que hubiese dormido con ella. Entrando amartillando el arma y dirigiéndose hacia ella. Ellen pensó que había llegado el día de su “vida”, el fin de su existencia. Al llegar a su altura giro hacia las ventanas mientras se ponía delante de ella como escudo.
- ¿Quién es usted? -dijo presa de la historia.
- ¡Quédese en el suelo!¡No se levante! -grito el desconocido mientras dispara sin cesar hacia el exterior. A su alrededor las salvas volaban chocando contra la pared haciendo muescas y saltando lágrimas de yeso y ladrillo ante tamaña y repetida agresión.
Parecía un jodido demonio venido del frio viniendo de un lugar donde no había nadie. Sin compasión, sin sentimientos simplemente a hacer lo que tenía que hacer. Su mirada deshumanizada, sus movimientos mecánicos ignorando el peligro. Ajeno al riesgo, se enfrentó abiertamente sin dudas a los letales avisos del matón. Aun sabiendo que estaba más cerca de la “vida” que protegiendo su muerte.
Y de pronto el silencio. Entre el polvo y el humo una mirada torva intentaba mirar mas allá. Se giro y vio a la mujer en el suelo sin moverse. Una herida asomaba en su cabeza y la mirada perdida hizo pensar en los peores presagios. Ellen no se movía permanecía allí tirada. Pero a pesar de todo estaba tranquilo no estaba “viva”. Seguramente si un tiro fatal hubiese dado en el blanco ese líquido espeso y carmesí seria el peor aviso, que su principal testigo había pasado a mejor o quien sabe peor “vida”.
Caronte agudizo su visión entrecerró las cuencas encendidas por un fuego anaranjado cuando le pareció ver una sombra moviéndose enfrente. Sus dedos fueron a dar en la culata de su arma reglamentaria, un revólver calibre 38, de seis proyectiles. En el cinturón llevaba además dos cargadores rápidos con seis balas cada uno. Su cuerpo se puso en tensión y empezó a mirar alrededor suyo. Una mujer asustada y temerosa yacía en el suelo. Varias pruebas balísticas del asesino estaban a punto de desaparecer y un homicida iba a escabullirse para volver a hacer aquello que tanto le gusta. Matar. La cabeza del detective pensaba en las opciones y las variables. En su boca notaba el reseco y su cerebro exigía una generosa ración de su adicción.
- ¿Tiene una nevera? -grito a la moribunda.
La aludida parpadeo y se levantó de golpe como si hubiera tenido un mal sueño.
-La... la nevera esta estropeada. Dejo de funcionar y...
¿Y una jodida cámara de fotos? -volvió a chillar cortando su excusa mientras de reojo veía como la sombra subía y bajaba de forma rápida. Jhon pensó que necesitaba desmontar su arma para no dejar pruebas y que ese tiempo era el que necesitaba para ponerse a la caza del tipo.
-Si, sí. Tengo alguna por ahí.
-Muy bien haga fotos de todos los proyectiles que haya en esta habitación. De la pared, el suelo lo quiero todo.
Mientras decía esto la señalaba y andaba hacia atrás de forma enérgica hacia la salida.
-Por cierto, evite las ventanas, ande agachada y cuando acabe escóndase en un cuarto interior. Mandare a alguien a por usted. No se preocupe esta todo controlado.
Y una mierda, pensó Jhon. No tenía una jodida mierda controlada. Y si no se daba prisa aquella cabron homicida seguiría actuando a sus anchas en el anonimato y tendría una ciudad presa de su terror. Agarro su sombrero y salió de forma apresurada por la desvencijada entrada. Lanzo una maldición mientras bajaba las escaleras. Su cuerpo estaba agotado y cansado mientras otra vez la dosis repetía su eterna suplica. En su descenso acaricio el revolver. Pensaba que lo tenía controlado. Tiempo, tiempo era lo que necesitaba. Con suerte en lo que tardaba el sanguinario tipo en recoger el arma del crimen para no dejar rastro seria lo necesario para cogerle infraganti. Con el resuello como único compañero y unos pulmones doloridos por el esfuerzo agarro con fuerza el picaporte de la puerta para salir a la calle cuando el cristal estallo en mil pedazos. Noto una corriente de aire por encima suyo y como su ajado sombrero voló hacia la escalera. Instintivamente se echó hacia atrás mientras un tableteo constante se dejaba sentir. Vio como las balas se estrellaban por el patio y hambrientas se lanzaban contra el suelo, las paredes y la escalera mordiendo todo a su paso. Con una mortal veracidad. Caronte subió las escaleras y se puso a cubierto. Recogió su sombrero y vio un agujero en el centro. Frunció el ceño miro hacia donde venían los disparos con ira mientras sus cuencas se llenaban de un fuego intensamente amarillo. Unos centímetros mas abajo y estaría listo. El olor a pólvora se volvió mas intenso junto con el humo. El silencio vino tan rápido que sorprendió al detective. Tan solo el ruido de los cristales rotos pisados por sus zapatos negros Dr. Martns donde asomaba la franja de los calcetines. Cauteloso asomo la cabeza a través de los restos de la puerta. Miro hacia el lugar donde provenían los disparos y no vio a nadie amartillo el arma y suavemente tomo de nuevo el picaporte y tiro de el. La puerta se quedó trabada a mitad de camino entre los restos del desastre cuanto mas tiraba mas ruido hacia y los arañazos en el suelo eran mas visibles. Sin pensárselo dos veces dio un fuerte empentón a la puerta para que volviese a cerrarse y paso a través de ello. El frio aire le hería como cuchillas en todo su cuerpo. Corrió hacia porche de enfrente sabiendo que el tiempo corría en su contra. Con suerte se toparía con el maldito tirador en algún piso. Cuando vio la puerta de la entrada acelero el ritmo y dio un fuerte empentón al portón el cual apenas opuso resistencia. Mientras subía hacia el piso varios vecinos de pisos inferiores se asomaban temerosos y curiosos por el tumulto. Por el rabillo de la cuenca observo que una ventana de la escalera permanecía abierta. Por un instante su cerebro pareció advertirle de algo. Pero fue algo tan difuso como el vaho en invierno. Jhon llego al lugar y como por un acto reflejo pego otra patada a la puerta que se quedó medio colgando como un moribundo fuera de sus bisagras. Vio un pasillo el cual acababa en varias estancias y que tenía un taquillón con su mármol amarillento y el papel pintado con oscuras manchas de humedad que jalonaban la pared. Pero todo eso no le importaba se dirigió directamente al salón. Lo primero que vio fue las cuencas perdidas mirándole ya “viva” y como su cuerpo empezaba a componerse.
Apunto su arma e hizo un barrido por la habitación. Nadie. Se acerco a la ventana y un solitario trípode con una pistola ametralladora encajada en el. Estaba fijado apuntando a la entrada del portal del cual acaba de salir. Un ingenioso resorte hacía que oprimiese el gatillo y disparase de forma automática. Y un cargador caído en el suelo como cómplice mudo. Toco el cañón. Todavía estaba caliente pero ya se estaba enfriando. Podía poner ese edificio patas abajo pero el resultado sería un fracaso de nuevo le había ganado la partida. Solo le quedaba la vana esperanza de que el “regalo” que había dejado para su huida le llevase algún sitio. En su mente poco a poco se estaba formando un plan B. Una idea que era un punto de no retorno si fracasaba lo pondría en la misma línea que aquellos que quería detener. Metió la mano en el bolsillo de su arrugada y estropeada gabardina y saco una pelota estrujada que en su día pudo ser un paquete de tabaco. Saco un encorvado cigarrillo y lo enderezo con parsimonia mientras aburrido empezó a ver como varias unidades de policía iban posicionándose en medio de la calle. Tan solo quería dormir y eliminar el enorme bajón que sufría en estos momentos. Sus piernas flaqueaban. Se giro y se dirigió al sillón donde yacía el cuerpo de la mujer. Se sentó, echo su espalda hacia atrás y reposo su cabeza mientras miraba hacia arriba y echaba columnas de humo. Giro la cabeza y miro aquel cuerpo caliente y rígido. Cualquier novato de academia sabía que con la cadencia del corazón se podía saber cuánto tiempo había transcurrido desde el asesinato. Generalmente si el corazón latía muy lentamente hacia poco que había “vivido” cuanto mas se acelera el ritmo hasta normalizarse mas tiempo habría transcurrido del crimen. Cerro los ojos, oyó el latir de la víctima y espero a que la turba policial llegase mientras rogaba que tardase un minuto mas, solo un minuto mas...
Continuara...
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